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Cicatriz
De nueve jardines, ¡oh, sangre! te he tomado,
y de nueve gargantas te he ido atesorando;
¿qué más buscas? ¿por qué me asedias, sangre,
desafiándome con la voracidad de tu pezuña negra?
¿por qué?
De nueve jardines te he tomado, de nueve gargantas,
tranquilízate, ¡oh, sangre! húndete en tus propias tinieblas,
y en lo más profundo de ellas, finca ese antro
desde hace tanto tiempo buscado por tu jabalí de púrpura para su reposo.
Húndete ¡oh, sangre! en tus mismas tinieblas
y no regreses ya nunca.
No existe un campo cercado para domeñarte, tan seguro
como el que ofrecen estos nueve jardines, nueve jardines
que deben a ti su verdor,
ni como el que ofrecen estas nueve gargantas, nueve gargantas
que visten de encanto la primavera de tus canciones.
Húndete ¡oh, sangre! en tus propias tinieblas
y no vayas a decirme:
«Escucha el murmullo de los confines,
escucha el murmullo de los bosques:
ya vienen los caballos por el camino de la luna y las estrellas,
los caballos vienen, caballos, caballos tordos.»
Vienen los caballos para despedazarme,
vienen, vienen para despedazarme ellos.
Pero yo me les avalanzaré, atacándoles,
hiriéndoles en el centro de la cabeza con mis grilletes puestos,
para que ellos guarden memoria de mí, para que ellos hablen luego de mí,
cuando sus cicatrices resplandezcan en la noche,
en cada una de sus noches sin luna,
en cada una de sus noches sin luz,
de su andar bajo los sauces.
Nada me digas, sangre. Tranquilízate, sangre,
que de nueve jardines te he tomado,
y de nueve gargantas te he ido atesorando,
igualándote, así, a cualquier monarca todopoderoso
confinado en su fortaleza impenetrable.
Aco Šopov, Noser, 1963
Traducción, Aurora Marya Saavedra, Lector de cenizas, 1987
Estigma
Sangre, te encerré en nueve jardines
en nueve quebradas encarcelé,
¿qué quieres aún, por qué me acosas,
por qué sangre, la amenaza de tu negro casco
por qué tan voraz?
En nueve jardines te encerré, en nueve quebradas,
cálmate, sangre, fluye a lo profundo de tu negror
donde desde hace mucho tu rojo jabalí
busca un antro para descansar.
Sangre fluye a lo profundo de tu negror,
sin volver tu mirada,
no habrá otro sitio más propicio para domeñarte
que estos nueve jardines, estos nueve jardines
que viven de tu verdor
que estas nueve quebradas, estas nueve quebradas
celebrando la primavera de tus cantos.
Sangre, fluye a lo profundo de tu noche
y no me digas:
escuchar rodar a lo lejos,
escucha rugir el bosque,
vienen caballos por caminos de luna y estrellas,
vienen caballos, caballos, caballos, pura sangre,
vienen caballos para pisotearme,
vienen, vienen, me pisotearán.
Pero yo me arrojaré sobre ellos y mi casco
les golpeará en medio de la frente
para que no me olviden y que hablen de mí,
que en la noche brille su estigma
y en sus noches sin luna,
y en sus día sin luz,
por sus caminos bajo los saucos.
Calla, sangre. Sangre, cálmate,
encerrado en nueve jardines
encarcelados en nueve quebradas
como un soberano todopoderoso
en su fortaleza, en su prisión.
Aco Šopov, Noser, 1963
Traducción de Luisa Futoransky, Sol negro, 2011